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El árbol torcido

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Segundo micro relato de cinco sobre los cinco elementos. El árbol torcido Hacia frío y todo empezó con el sembrado de un puñado de semillas en cada pozo. Un enorme campo cuadrangular había sido dispuesto para que crecieran allí un buen montón de árboles. Todos iguales, todos de la misma especie. Era otra época, donde no se plantaba directamente los arbolitos ya crecidos en el invernadero. Todavía existía la costumbre de que naciesen duros y se acostumbrasen a las inclemencias del tiempo desde bien pequeños. Solo los fuertes saldrían adelante. Aquellos hombres habían elegido una buena época del año y pronto aquella pequeña capa de tierra donde dormían aquellas semillas fue regada por la lluvia. Una lluvia de las que no hace daño, de las que hacen chip chop chip chop mientras va mojando el campo. Una semana más tarde ya sobresalían algunos brotes del suelo. Y allí estaba nuestro protagonista, uno de los primeros en brotar del suelo. Miró a su alrededor. Sí, los árboles pueden ver aunque carezcan de ojos. Por delante no tenía a ningún brote compañero, a los lados si y por detrás de él no se llegaba a ver el final de los brotes que habían roto la capa de tierra. Eran todos aproximadamente del mismo tamaño y con un par de ramitas que se alzaban ya al Sol. Fue viendo pasar el dia y la noche. Sus años eran como horas para un humano, pasaban en un abrir y cerrar de hojas. El viento les alegraba las tardes y el rocío las mañanas. Los hombres de vez en cuando se paseaban por allí para abonar, desherbar, desterronar y muchas más cosas. Como un enorme ejército de filas y filas de arbolitos, así se veían desde el cielo. Completamente antinatural. Un mundo que perpetraba la uniformidad de lo deforme, de lo plástico, de lo dinámico, de lo vivo. Aprendiendo a no salirse de la fila a crecer lo más recto posible para no molestar. En vez de profesores a el le obligaban a ascender al Sol mediante tutores. Tablones de madera muertos. Y de un muerto se puede aprender bien poco, ¿verdad? Nunca fue muy simétrico y su lado izquierdo se desarrolló más que el derecho. El no lo eligió así, fue un regalo de la madre naturaleza. Su lado izquierdo afortunadamente daba hacia el frente y allí no había otro arbolito con el que competir. El Sol lo saludaba a el primero todas las mañanas. Era como un ritual. Lo intentaba mirar pero tanta claridad lo quemaba. Luego las caricias de la tarde y el ocaso de la noche que traía la luz plateada de la Luna. Su compañero de la izquierda ya era un poco más alto y le miraba desde arriba con aire desafiante cuando nuestro árbol torcía sus ramas zurdas por el viento. “No crecerás si sigues moviéndote así”- le decía con voz de árbol, inaudible para los humanos. “¿Y qué puedo hacer si nací torcido”?- le espetó nuestro arbolito. “Yo no elegí como soy. Simplemente soy así”. Y siguió a lo suyo, a bañarse en Sol y beber Luna. Pasaban los años y los humanos seguían trabajando la tierra para que aquellos ya jóvenes árboles llegaran a ser útiles para ellos. Carpían la tierra quitando la hierba inútil y el arbolito se quedaba pasmado viendo las extrañas manos de los hombres que hacían ruido y aire. Ya eran unos árboles hechos y derechos cuando se apreciaba perfectamente desde la carretera como un árbol destacaba sobre los demás. Era nuestro árbol torcido cuyo ramaje sobresalía hacia fuera de la formación en una explosión de hojas verdes. Suerte tuvo nuestro árbol de que aquellos árboles iban a ser utilizados en la fabricación de muebles y por ello no se les realizaba poda alguna hasta el momento de la recolección. Porque la sierra de poda hubiera dado buena cuenta de aquellas ramas que salían por el frente. Hacia ya mucho tiempo que su compañero de la izquierda lo había superado en altura y ya ni siquiera lo miraba desafiante desde la copa. Aquel árbol miraba en la lejanía de la plantación de arboles en búsqueda de otros competidores. Y se hablaba con ellos a través de las raíces. Las raíces de los árboles les servían para mucho mas de lo que los hombres creían. A través de ellas intercambiaban todo tipo de sustancias y también podían comunicarse en la distancia. La raíz era como una red, la red social de los vegetales. El peso de su lado izquierdo empezó a obligarle a torcerse más y más llegando a tener que perder la verticalidad. Y con ello el tronco dejo de ser completamente recto para parecerse a un gran arco pero sin su trenzada desde la que empujar flechas. Un buen día empezó la recolección de los arboles. Vio llegar a unas grandes maquinas con unos extraños brazos que sujetando al árbol en su base luego lo seccionaban por la base para tumbarlo después. Quedaban tumbados los compañeros. Incomunicados de raíz con el resto. El ruido era ensordecedor y aunque su vida había sido plena no podia dejar de pensar en lo que pasaría cuando aquella máquina separase su tronco de sus raíces. Nadie le habló nunca de la muerte, él simplemente vivía. Llegó el turno para su larguirucho vecino. Recto, rectísimo y del diámetro preciso para entrar dentro del anillo con el que la máquina los agarraba para cortarlos y tumbarlos después. Lo vio sereno, entregándose a su destino, o a lo que él creia que era su destino. Tras un breve zarandeo todo había acabado. Apenas quedaba ya en pie parte de la primera fila que daba más próxima a la carretera. Ya empezaba a hacerse de noche y los hombres se afanaban con más ahínco en los trabajos de recolectar la madera de aquella explotación. Gracias a aquella deformidad que causó durante muchos años la animadversión de sus compañeros árboles nuestro protagonista iba a salvarse. Sí, la parte más baja de nuestro árbol era más gruesa que el anillo por donde cortaba la madera aquella máquina. “No entra”- dijo el humano. “Además es imposible aprovechar ese tronco tan torcido”- secundo un segundo que estaba mirando. Cuando abandonaron aquel campo, otrora abigarrado de vida, solo quedaron en pie unos pocos árboles rectos como palos temblando con el viento nocturno y nuestro árbol torcido. Allí, impertérrito, cumpliendo con su cometido de estar torcido. Algunos años más tarde pasé por aquella carretera y lo ví. Allí seguía, con su extraña forma de saludar a todos los que lo contemplaban. De los otros árboles rectos ya no quedaba nada. Aquellos fueron todos aprovechados para fabricar sillas. ………………………………………… Puedes encontrarlo en Twitter aqui https://twitter.com/tecn_preocupado/status/1380814683054170112
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Sí, los árboles pueden ver aunque carezcan de ojos. Por delante no tenía a ningún brote compañero, a los lados si y por detrás de él no se llegaba a ver el final de los brotes que habían roto la capa de tierra. Eran todos aproximadamente del mismo tamaño y con un par de ramitas que se alzaban ya al Sol. Fue viendo pasar el dia y la noche. Sus años eran como horas para un humano, pasaban en un abrir y cerrar de hojas. El viento les alegraba las tardes y el rocío las mañanas. Los hombres de vez en cuando se paseaban por allí para abonar, desherbar, desterronar y muchas más cosas. Como un enorme ejército de filas y filas de arbolitos, así se veían desde el cielo. Completamente antinatural. Un mundo que perpetraba la uniformidad de lo deforme, de lo plástico, de lo dinámico, de lo vivo. Aprendiendo a no salirse de la fila a crecer lo más recto posible para no molestar. En vez de profesores a el le obligaban a ascender al Sol mediante tutores. Tablones de madera muertos. Y de un muerto se puede aprender bien poco, ¿verdad? Nunca fue muy simétrico y su lado izquierdo se desarrolló más que el derecho. El no lo eligió así, fue un regalo de la madre naturaleza. Su lado izquierdo afortunadamente daba hacia el frente y allí no había otro arbolito con el que competir. El Sol lo saludaba a el primero todas las mañanas. Era como un ritual. Lo intentaba mirar pero tanta claridad lo quemaba. Luego las caricias de la tarde y el ocaso de la noche que traía la luz plateada de la Luna. Su compañero de la izquierda ya era un poco más alto y le miraba desde arriba con aire desafiante cuando nuestro árbol torcía sus ramas zurdas por el viento. “No crecerás si sigues moviéndote así”- le decía con voz de árbol, inaudible para los humanos. “¿Y qué puedo hacer si nací torcido”?- le espetó nuestro arbolito. “Yo no elegí como soy. Simplemente soy así”. Y siguió a lo suyo, a bañarse en Sol y beber Luna. Pasaban los años y los humanos seguían trabajando la tierra para que aquellos ya jóvenes árboles llegaran a ser útiles para ellos. Carpían la tierra quitando la hierba inútil y el arbolito se quedaba pasmado viendo las extrañas manos de los hombres que hacían ruido y aire. Ya eran unos árboles hechos y derechos cuando se apreciaba perfectamente desde la carretera como un árbol destacaba sobre los demás. Era nuestro árbol torcido cuyo ramaje sobresalía hacia fuera de la formación en una explosión de hojas verdes. Suerte tuvo nuestro árbol de que aquellos árboles iban a ser utilizados en la fabricación de muebles y por ello no se les realizaba poda alguna hasta el momento de la recolección. Porque la sierra de poda hubiera dado buena cuenta de aquellas ramas que salían por el frente. Hacia ya mucho tiempo que su compañero de la izquierda lo había superado en altura y ya ni siquiera lo miraba desafiante desde la copa. Aquel árbol miraba en la lejanía de la plantación de arboles en búsqueda de otros competidores. Y se hablaba con ellos a través de las raíces. Las raíces de los árboles les servían para mucho mas de lo que los hombres creían. A través de ellas intercambiaban todo tipo de sustancias y también podían comunicarse en la distancia. La raíz era como una red, la red social de los vegetales. El peso de su lado izquierdo empezó a obligarle a torcerse más y más llegando a tener que perder la verticalidad. Y con ello el tronco dejo de ser completamente recto para parecerse a un gran arco pero sin su trenzada desde la que empujar flechas. Un buen día empezó la recolección de los arboles. Vio llegar a unas grandes maquinas con unos extraños brazos que sujetando al árbol en su base luego lo seccionaban por la base para tumbarlo después. Quedaban tumbados los compañeros. Incomunicados de raíz con el resto. El ruido era ensordecedor y aunque su vida había sido plena no podia dejar de pensar en lo que pasaría cuando aquella máquina separase su tronco de sus raíces. Nadie le habló nunca de la muerte, él simplemente vivía. Llegó el turno para su larguirucho vecino. Recto, rectísimo y del diámetro preciso para entrar dentro del anillo con el que la máquina los agarraba para cortarlos y tumbarlos después. Lo vio sereno, entregándose a su destino, o a lo que él creia que era su destino. Tras un breve zarandeo todo había acabado. Apenas quedaba ya en pie parte de la primera fila que daba más próxima a la carretera. Ya empezaba a hacerse de noche y los hombres se afanaban con más ahínco en los trabajos de recolectar la madera de aquella explotación. Gracias a aquella deformidad que causó durante muchos años la animadversión de sus compañeros árboles nuestro protagonista iba a salvarse. Sí, la parte más baja de nuestro árbol era más gruesa que el anillo por donde cortaba la madera aquella máquina. “No entra”- dijo el humano. “Además es imposible aprovechar ese tronco tan torcido”- secundo un segundo que estaba mirando. Cuando abandonaron aquel campo, otrora abigarrado de vida, solo quedaron en pie unos pocos árboles rectos como palos temblando con el viento nocturno y nuestro árbol torcido. Allí, impertérrito, cumpliendo con su cometido de estar torcido. Algunos años más tarde pasé por aquella carretera y lo ví. Allí seguía, con su extraña forma de saludar a todos los que lo contemplaban. De los otros árboles rectos ya no quedaba nada. Aquellos fueron todos aprovechados para fabricar sillas. ………………………………………… Puedes encontrarlo en Twitter aqui https://twitter.com/tecn_preocupado/status/1380814683054170112
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