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“Las Maravillas del Evangelio”. (parte 2)

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Lectura de los domingos.

Continuando con la Lectura de Los Domingos y nuestro tema:

“Las Maravillas del Evangelio”.

Es importante haber escuchado la lectura anterior para comprender de mejor forma el pensamiento expuesto en este tema.

Planteamos y consideramos la pregunta de por qué el evangelio produce ese efecto en todos los verdaderos cristianos. ¿Qué tiene esta gran salvación ofrecida a todos que empuja invariablemente al asombro, al amor y a la alabanza? La respuesta se indica en el texto que hemos elegido, *”Porque nada hay imposible para Dios.”* y que verdaderamente es la clave para entender todas las cosas maravillosas y magníficas que han sucedido como resultado de la venida del Hijo de Dios a este pecaminoso mundo temporal. Y al considerar todo esto veremos claramente por qué sucede que muchos que se denominan hoy en día a sí mismos cristianos, y cuyas vidas a menudo son irreprochables, fracasan en esta prueba crucial que hemos estado considerando.

La primera verdad es que la salvación es enteramente de Dios. No hay nada que sea tan extraordinario, en relación con toda esta cuestión, es que la forma en que los hombres y las mujeres que se persuaden a sí mismos de que creen y aceptan el evangelio, al mismo tiempo que rechazan por completo esta obvia verdad. En todos los siglos, el hombre ha intentado atribuir al hombre lo que claramente es de Dios. Y la tendencia sigue siendo la misma en estos tiempos. La salvación se concibe en términos de lo que los hombres piensan y de lo que los hombres hacen. Es completamente asombroso advertir cómo las personas son capaces de hablar y escribir acerca de la salvación sin tan siquiera mencionar ningún tipo de actuación por parte de Dios. Todo el hincapié se hace en lo que debemos hacer y pensar. Jamás se ha alabado tanto el esfuerzo y el poder humanos y la organización humana. A Dios se le representa meramente como una meta o como alguien que observa y espera pasivamente y está dispuesto a recompensarnos por todos nuestros maravillosos logros y esfuerzos. Todo el concepto de la salvación es que se trata de algo que el hombre debe ganarse y elaborar por sí mismo a partir del estudio, la investigación y la búsqueda, así como viviendo a la altura de ciertos patrones específicos. El hombre es activo. Dios es pasivo. No solo se cree esto, sino lo que es más asombroso, se presume de ello y se considera muy superior a la vieja y correcta idea que adscribe la salvación plenamente a Dios. Y, sin embargo, en el momento en que uno comienza a estudiar la cuestión en la propia Biblia, no hay nada tan claro como el hecho de que la salvación es enteramente de Dios, y que lo que ha llevado a todos los santos a adorar, alabar y magnificar su nombre es precisamente eso mismo. Porque, después de todo, si la salvación es simplemente algo que nos ganamos, no hay incentivo alguno para alabar; si meramente obtenemos nuestro salario y lo que merecemos, es más bien irracional cantar el Magnificat y el Nunc Dimitis. ¡No!, solo se pueden explicar estas canciones inspiradas y todos los grandes himnos de todas las épocas sobre una hipótesis, y esta es la que aquí se alcanza, esto es, que la salvación es por entero resultado de algo hecho por Dios. La obra y la salvación pertenecen a nuestro Dios.

«¿Cómo será esto?», pregunta María cuando el ángel le comunica la promesa. «Es imposible», dice. Aquí está la respuesta: «Nada hay imposible para Dios»; como si el ángel se hubiera dirigido a ella diciendo: «¡Ay, María! Sigues pensando en los antiguos términos y a la vieja manera humana. Lo que te estoy anunciando es bastante diferente. Dios va a actuar ahora. Humanamente hablando estás en lo cierto, pero debes saber, que Dios va a a entrar en el mundo, Dios será manifestado en carne. ‘El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra’». ¡No, no!, la historia de la salvación no es la historia de Dios esperando que hagamos algo, esperando que nos arrepintamos y volvamos a él y hagamos buenas obras; ni tampoco es simplemente la historia de Dios respondiendo a lo que hemos hecho y recompensándonos con el perdón. Todo eso sería maravilloso, pero no es lo que se ve en la historia que revela la Biblia. ¡Porque aquí no encontramos a un Dios pasivo, sino a un Dios activo; no a un Dios que está meramente dispuesto a recibirnos, sino a un Dios que de hecho sale en nuestra búsqueda; no a un Dios que puede ser persuadido por medio de nuestras vidas y acciones para que nos perdone, sino a un Dios cuyo amor es tan grande que no solo nos perdona, sino que nos persuade para que seamos perdonados; cuya misericordia es tan ilimitada que no solo está dispuesto a reconciliarse con nosotros, sino que nos trata de forma que podamos ser reconciliados con él! «Nada hay imposible para Dios». Es Dios quien lo hace todo.

Esa es la historia de toda la Biblia. Examinémosla de principio a fin. No es tanto la historia de personas como la historia de los actos de Dios en relación con ellas. Fue él quien eligió a Abraham cuando aun era pagano. Fue él quien le hizo aquellas promesas y quien le abrió los ojos al glorioso futuro. Todo lo que hizo Abraham y todo lo que tenía que hacer era creer en él y obedecerle. Dios hizo el primer movimiento y luego continuó actuando. Observémosle al obrar en Isaac y Jacob y fundar la nación de Israel. ¿Hay alguien tan necio como para intentar decir que los hijos de Israel llegaron a ser lo que fueron debido a sus propios esfuerzos? ¿Llegaron a ese conocimiento como resultado de sus propios esfuerzos, su propia búsqueda e investigación y sus propias vidas santas? ¡Mira su historia! Sus hábitos y prácticas anteriores eran iguales a los de los pueblos que les rodeaban, si es que no eran peores. Lo único que hicieron fue pecar y apartarse de Dios. ¿Cómo fueron preservados? ¿Cómo se explica su historia? Solo puede haber una respuesta. Fue Dios. Fue tras ellos. Los alimentó y vistió. Los protegió y guió. Venció a sus enemigos y los rescató y restauró. Todo el conocimiento que tenían de él no fue el resultado de sus esfuerzos por encontrarle, sino de su revelación de sí mismo a ellos. Fue Dios quien dio la ley, fue Dios quien levantó e inspiró a los profetas. Todo el Antiguo Testamento no es sino la historia de los intentos de los israelitas de frustrar los propósitos de Dios y resistirse a su santa voluntad.

Y si esto queda claro a partir del Antiguo Testamento, ¡cuánto más brilla en el Nuevo Testamento! Consideremos el capítulo 1 del evangelio según Lucas. ¿Quién habló a Zacarías y preparó a Juan el Bautista como precursor? ¿Cómo vino Jesucristo al mundo? ¿Cómo fue capaz de hablar como lo hizo y de llevar a cabo esos milagros? ¡Mira la historia! Considera los hechos y, por encima de todo, considera las respuestas de nuestro Señor a las preguntas. Todo es de Dios. ¡Vamos! Juan el Bautista no puede explicarse en simples términos humanos, y eso sin contar al propio Señor Jesucristo. Justo cuando este viejo mundo había alcanzado sus mayores cotas de pecado y decadencia, cuando todo parecía estar perdido, un ángel se apareció a Zacarías en el Templo y le habló. Y eso marca un punto de inflexión en toda la historia del mundo y de la raza humana. Ese fue el comienzo y fue Dios quien lo inauguró todo. Escuchemos las palabras de Jesucristo al repetir una y otra vez que el Padre le ha enviado y que todo lo que hace y dice no es sino resultado de la voluntad del Padre y del deseo del Padre. No hay nada más asombroso que la forma en que atribuye todo insistentemente a Dios. Fue Dios quien envió a su Hijo para que obrara la gran salvación. Fue Dios quien le mantuvo, fue Dios quien le resucitó de entre los muertos, fue Dios quien puso a todo el mundo bajo su cuidado y quien dio el don del Espíritu Santo.

Aun la Iglesia es «la iglesia de Dios» y aquellos que son verdaderamente miembros de ella han sido tomados por el poder de Dios. Todo es de Dios. Por eso los santos han alabado y magnificado siempre su santo nombre. Muchos de ellos habían estado intentando alcanzar el Cielo. Habían construido sus escaleras peldaño a peldaño de buenos pensamientos y acciones nobles, esperanzas santas y buenas obras, pero el peldaño más alto seguía estando infinitamente lejos de la meta celestial. Habían hecho todo lo posible. Habían agotado todas sus energías. Caían a tierra desesperados. Y entonces repentinamente, como Jacob en la antigüedad, se volvieron conscientes del hecho de que la escalera estaba colgando ante ellos, no levantada desde la tierra sino suspendida del cielo, aguardándoles allí, levantada sin su conocimiento —la cruz de Cristo— y comenzaron a cantar:

Como aquella grata visión

de aquel santo Jacob

una escalera al Cielo es

la cruz del Salvador.

¡Sí!, «de tal manera amó Dios al mundo que ha dado a su Hijo unigénito» (Juan 3:16). ¡Sí! «Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros» (Romanos 5:8). Comprender lo que eso significa, en la medida que podemos comprenderlo, es ser cristiano. Es también alabar a Dios con todo el ser. Porque piensa en ello: el Dios a quien había desafiado, el Dios al que había dejado de lado y desobedecido, ahora, ya reconciliado con Dios, puede adorarle y esperar que su Señor y Redentor venga a buscarle para llevarlo al Hogar del Padre celestial para morar allí y adorar a Dios por toda la eternidad.

El camino de la salvación, el camino al Cielo, está abierto aún hoy día, mañana puede ser tarde y, maravilla de maravillas, Dios mostró su amor para con nosotros en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros. Sí, unámonos a Zacarías diciendo: «Bendito el Señor Dios de Israel, que ha visitado y redimido a su pueblo».

Hasta aquí la lectura del día de hoy. Continuaremos, Dios mediante, el siguiente domingo.

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“Las Maravillas del Evangelio”.

Es importante haber escuchado la lectura anterior para comprender de mejor forma el pensamiento expuesto en este tema.

Planteamos y consideramos la pregunta de por qué el evangelio produce ese efecto en todos los verdaderos cristianos. ¿Qué tiene esta gran salvación ofrecida a todos que empuja invariablemente al asombro, al amor y a la alabanza? La respuesta se indica en el texto que hemos elegido, *”Porque nada hay imposible para Dios.”* y que verdaderamente es la clave para entender todas las cosas maravillosas y magníficas que han sucedido como resultado de la venida del Hijo de Dios a este pecaminoso mundo temporal. Y al considerar todo esto veremos claramente por qué sucede que muchos que se denominan hoy en día a sí mismos cristianos, y cuyas vidas a menudo son irreprochables, fracasan en esta prueba crucial que hemos estado considerando.

La primera verdad es que la salvación es enteramente de Dios. No hay nada que sea tan extraordinario, en relación con toda esta cuestión, es que la forma en que los hombres y las mujeres que se persuaden a sí mismos de que creen y aceptan el evangelio, al mismo tiempo que rechazan por completo esta obvia verdad. En todos los siglos, el hombre ha intentado atribuir al hombre lo que claramente es de Dios. Y la tendencia sigue siendo la misma en estos tiempos. La salvación se concibe en términos de lo que los hombres piensan y de lo que los hombres hacen. Es completamente asombroso advertir cómo las personas son capaces de hablar y escribir acerca de la salvación sin tan siquiera mencionar ningún tipo de actuación por parte de Dios. Todo el hincapié se hace en lo que debemos hacer y pensar. Jamás se ha alabado tanto el esfuerzo y el poder humanos y la organización humana. A Dios se le representa meramente como una meta o como alguien que observa y espera pasivamente y está dispuesto a recompensarnos por todos nuestros maravillosos logros y esfuerzos. Todo el concepto de la salvación es que se trata de algo que el hombre debe ganarse y elaborar por sí mismo a partir del estudio, la investigación y la búsqueda, así como viviendo a la altura de ciertos patrones específicos. El hombre es activo. Dios es pasivo. No solo se cree esto, sino lo que es más asombroso, se presume de ello y se considera muy superior a la vieja y correcta idea que adscribe la salvación plenamente a Dios. Y, sin embargo, en el momento en que uno comienza a estudiar la cuestión en la propia Biblia, no hay nada tan claro como el hecho de que la salvación es enteramente de Dios, y que lo que ha llevado a todos los santos a adorar, alabar y magnificar su nombre es precisamente eso mismo. Porque, después de todo, si la salvación es simplemente algo que nos ganamos, no hay incentivo alguno para alabar; si meramente obtenemos nuestro salario y lo que merecemos, es más bien irracional cantar el Magnificat y el Nunc Dimitis. ¡No!, solo se pueden explicar estas canciones inspiradas y todos los grandes himnos de todas las épocas sobre una hipótesis, y esta es la que aquí se alcanza, esto es, que la salvación es por entero resultado de algo hecho por Dios. La obra y la salvación pertenecen a nuestro Dios.

«¿Cómo será esto?», pregunta María cuando el ángel le comunica la promesa. «Es imposible», dice. Aquí está la respuesta: «Nada hay imposible para Dios»; como si el ángel se hubiera dirigido a ella diciendo: «¡Ay, María! Sigues pensando en los antiguos términos y a la vieja manera humana. Lo que te estoy anunciando es bastante diferente. Dios va a actuar ahora. Humanamente hablando estás en lo cierto, pero debes saber, que Dios va a a entrar en el mundo, Dios será manifestado en carne. ‘El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra’». ¡No, no!, la historia de la salvación no es la historia de Dios esperando que hagamos algo, esperando que nos arrepintamos y volvamos a él y hagamos buenas obras; ni tampoco es simplemente la historia de Dios respondiendo a lo que hemos hecho y recompensándonos con el perdón. Todo eso sería maravilloso, pero no es lo que se ve en la historia que revela la Biblia. ¡Porque aquí no encontramos a un Dios pasivo, sino a un Dios activo; no a un Dios que está meramente dispuesto a recibirnos, sino a un Dios que de hecho sale en nuestra búsqueda; no a un Dios que puede ser persuadido por medio de nuestras vidas y acciones para que nos perdone, sino a un Dios cuyo amor es tan grande que no solo nos perdona, sino que nos persuade para que seamos perdonados; cuya misericordia es tan ilimitada que no solo está dispuesto a reconciliarse con nosotros, sino que nos trata de forma que podamos ser reconciliados con él! «Nada hay imposible para Dios». Es Dios quien lo hace todo.

Esa es la historia de toda la Biblia. Examinémosla de principio a fin. No es tanto la historia de personas como la historia de los actos de Dios en relación con ellas. Fue él quien eligió a Abraham cuando aun era pagano. Fue él quien le hizo aquellas promesas y quien le abrió los ojos al glorioso futuro. Todo lo que hizo Abraham y todo lo que tenía que hacer era creer en él y obedecerle. Dios hizo el primer movimiento y luego continuó actuando. Observémosle al obrar en Isaac y Jacob y fundar la nación de Israel. ¿Hay alguien tan necio como para intentar decir que los hijos de Israel llegaron a ser lo que fueron debido a sus propios esfuerzos? ¿Llegaron a ese conocimiento como resultado de sus propios esfuerzos, su propia búsqueda e investigación y sus propias vidas santas? ¡Mira su historia! Sus hábitos y prácticas anteriores eran iguales a los de los pueblos que les rodeaban, si es que no eran peores. Lo único que hicieron fue pecar y apartarse de Dios. ¿Cómo fueron preservados? ¿Cómo se explica su historia? Solo puede haber una respuesta. Fue Dios. Fue tras ellos. Los alimentó y vistió. Los protegió y guió. Venció a sus enemigos y los rescató y restauró. Todo el conocimiento que tenían de él no fue el resultado de sus esfuerzos por encontrarle, sino de su revelación de sí mismo a ellos. Fue Dios quien dio la ley, fue Dios quien levantó e inspiró a los profetas. Todo el Antiguo Testamento no es sino la historia de los intentos de los israelitas de frustrar los propósitos de Dios y resistirse a su santa voluntad.

Y si esto queda claro a partir del Antiguo Testamento, ¡cuánto más brilla en el Nuevo Testamento! Consideremos el capítulo 1 del evangelio según Lucas. ¿Quién habló a Zacarías y preparó a Juan el Bautista como precursor? ¿Cómo vino Jesucristo al mundo? ¿Cómo fue capaz de hablar como lo hizo y de llevar a cabo esos milagros? ¡Mira la historia! Considera los hechos y, por encima de todo, considera las respuestas de nuestro Señor a las preguntas. Todo es de Dios. ¡Vamos! Juan el Bautista no puede explicarse en simples términos humanos, y eso sin contar al propio Señor Jesucristo. Justo cuando este viejo mundo había alcanzado sus mayores cotas de pecado y decadencia, cuando todo parecía estar perdido, un ángel se apareció a Zacarías en el Templo y le habló. Y eso marca un punto de inflexión en toda la historia del mundo y de la raza humana. Ese fue el comienzo y fue Dios quien lo inauguró todo. Escuchemos las palabras de Jesucristo al repetir una y otra vez que el Padre le ha enviado y que todo lo que hace y dice no es sino resultado de la voluntad del Padre y del deseo del Padre. No hay nada más asombroso que la forma en que atribuye todo insistentemente a Dios. Fue Dios quien envió a su Hijo para que obrara la gran salvación. Fue Dios quien le mantuvo, fue Dios quien le resucitó de entre los muertos, fue Dios quien puso a todo el mundo bajo su cuidado y quien dio el don del Espíritu Santo.

Aun la Iglesia es «la iglesia de Dios» y aquellos que son verdaderamente miembros de ella han sido tomados por el poder de Dios. Todo es de Dios. Por eso los santos han alabado y magnificado siempre su santo nombre. Muchos de ellos habían estado intentando alcanzar el Cielo. Habían construido sus escaleras peldaño a peldaño de buenos pensamientos y acciones nobles, esperanzas santas y buenas obras, pero el peldaño más alto seguía estando infinitamente lejos de la meta celestial. Habían hecho todo lo posible. Habían agotado todas sus energías. Caían a tierra desesperados. Y entonces repentinamente, como Jacob en la antigüedad, se volvieron conscientes del hecho de que la escalera estaba colgando ante ellos, no levantada desde la tierra sino suspendida del cielo, aguardándoles allí, levantada sin su conocimiento —la cruz de Cristo— y comenzaron a cantar:

Como aquella grata visión

de aquel santo Jacob

una escalera al Cielo es

la cruz del Salvador.

¡Sí!, «de tal manera amó Dios al mundo que ha dado a su Hijo unigénito» (Juan 3:16). ¡Sí! «Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros» (Romanos 5:8). Comprender lo que eso significa, en la medida que podemos comprenderlo, es ser cristiano. Es también alabar a Dios con todo el ser. Porque piensa en ello: el Dios a quien había desafiado, el Dios al que había dejado de lado y desobedecido, ahora, ya reconciliado con Dios, puede adorarle y esperar que su Señor y Redentor venga a buscarle para llevarlo al Hogar del Padre celestial para morar allí y adorar a Dios por toda la eternidad.

El camino de la salvación, el camino al Cielo, está abierto aún hoy día, mañana puede ser tarde y, maravilla de maravillas, Dios mostró su amor para con nosotros en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros. Sí, unámonos a Zacarías diciendo: «Bendito el Señor Dios de Israel, que ha visitado y redimido a su pueblo».

Hasta aquí la lectura del día de hoy. Continuaremos, Dios mediante, el siguiente domingo.

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